Un hombre tenía dos hijos —continuó Jesús— El menor de ellos le dijo a su padre: “Papá, dame lo que me toca de la herencia.” Así que el padre repartió sus bienes entre los dos. Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia. »Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. Por fin recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros.” Así que emprendió el viaje y se fue a su padre” (Lucas 15:11-20).  

El hijo prodigo tomó las cosas a la ligera, y sin recapacitar fue dejando su primer amor. Cuando no recapacitamos nos buscamos un problema grande, estos pueden dejar raíces profundad de dolor. El hijo prodigo sufrió las consecuencia de la pobre decisión que había tomado. En este estado de rebelión, el hijo prodigo se olvido del amor y cuidado de su padre, se olvido del amor y la ternura que su padre le había dado. En medio de su confusión, él pudo recapacitar.

La palabra recapacitar, en el diccionario de la Lengua Española significa, reflexionar cuidadosa y detenidamente sobre algo, en especial sobre los propios actos. Él se dio cuenta que la decisión que había tomado no fue la correcta. “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte. Proverbios” (14:20). En la actualidad ese espíritu de desunión, está atacando a muchas familias en todo el mundo.

A diario vemos por las noticias hijos abandonando a sus padres, matrimonios de muchos años separándose sin ningunas causa justificable, y sin importar el dolor que le pueden causar al resto de la familia. Dice la palabra que el padre del hijo prodigo, su dolor fue tan grande que todo los días salía al balcón de la casa para ver si veía de lejos a su hijo.

 Cuando el hijo recapacitó, o sea cuando él se acordó del trato y el amor que su padre le había dado toda su vida, se arrepintió y volvió a sus sentidos. Cuando recordamos lo que Dios hizo por todos nosotros, es motivo de estar siempre a su lado. Dios no nos quiere vernos de lejos; su amor por nosotros es tan grande que su anhelo es vernos en dirección a Él; Dios quiere vernos de cerca. Debemos siempre recordar el día que Él nos rescató y nos dio luz para que hoy andemos en libertad.

Debemos tener presente su amor hacia nosotros. De igual forma a los matrimonios nuevos y de muchos años juntos; es necesario que siempre recuerden ese momento especial donde dos almas decidieron aceptarse unas a la otra. Hay que volver a recordar y vivir cada momento como la primera vez. Hay que hacer el esfuerzo de mantener un matrimonio saludable, apasionado, y utilizando los detalles que formaron parte del primer amor.

El primer amor, es aquel que nunca se olvida entre dos parejas casadas. La primera cena juntos, el primer beso, la primera mirada apasionada, el primer obsequio, la primera sonrisa,  el lugar donde ocurrió la primera chispa de amor, el primer perfume, la ropa preferida, las conversaciones algunas veces sin sentido, pero extremadamente interesante, las llamadas por teléfono sin importar el costo, las cartitas de amor, las flores, y las primeras palabras que fueron la base para fundar el amor.

 Estas cosas las debemos llevar siempre y sobre todo revivirlas con más intensidad cada día. Todas esas cosas pequeñas, vienen a formar parte solida en una relación matrimonial. Estos detalles, no se pueden olvidar así por así. No dejemos que las trampas de Satanás, arruinen y separen algo bello y puro. Dios quiere una iglesia unida, no separada, Dios desea una familia unida y no separada. Debemos tener cuidado con las mentiras del mundo.

 El recapacitar, es provechoso para todos. Démonos otra oportunidad para restaurar lo perdido; y presentémosle a Dio nuestros problemas. Él nos perdonará y nos recibirá con los brazos abiertos, como lo hizo con el hijo prodigo cuando volvió a su casa y a su primer amor.

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