La palabra de Dios es la espada del creyente que enseña a cómo pelear la batalla de fe. La palabra de Dios es la que nos fortalece cuando estamos débiles, es en Su palabra que obtenemos fuerza. “La Palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada de doble filo; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuentas” (Hebreos 4:12-13).

Cuando escudriñamos la Palabra de Dios y la entendemos, Dios se revela sacándonos de la ignorancia y de las tinieblas. Cuando aceptamos a Dios como nuestro Salvador y tenemos esa relación profunda con Él, somos aptos para participar de la herencia de los santos en luz, de modo que Dios nos perdona, y nos traslada al Reino de Su amado Hijo mostrándonos Su luz (Colosenses 1: 12-14).

La palabra de Dios equipa al creyente a saber cómo enfrentarse contra las asechanzas del enemigo y lo enseña paso a paso con detalles específicos y ordenados. Estamos en un tiempo donde como creyentes debemos apretarnos bien los cinturones y estar alerta a tiempo y fuera de tiempo. Las armas espirituales que nos enseña Dios en Su palabra deben de estar fijas y precisas en la mente y corazón de una guerrera y guerrero de Dios para no pasar desapercibidos a las asechanzas del enemigo.

¿Cómo vamos a fortalecernos en el Señor? Por medio de la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.

Cuando Dios hizo los cielos y todo lo que está en los cielos y la tierra y todo lo que en ella existe, los hizo con el poder de su palabra. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, tiene poder, sana y libra de la ruina” (2da de Timoteo 3:16).

Por tanto, el Señor nos manda a que debemos de estar “Ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. A paz nos trajo el Señor.

Estar ceñidos es estar fortalecido física y mentalmente por medio de la palabra viva de Dios en tu vida. Cuando me entrenaba para los eventos de cien metros planos en campo y pista, mi entrenador me preparó un entrenamiento de velocidad pura con la idea de romper un nuevo record. Con eso en mente tenía que disciplinarme física y mentalmente, vivir una vida fuera de vicios, despojarme de todo peso para correr más liviana, comer saludable y obedecer a todos mis entrenamientos dado por mi entrenador y sin faltar un día. Esto debía ser consistente para así ver los resultados esperados.

El apóstol Pablo asemeja la vida de un atleta a la vida de un cristiano y nos dice “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el Autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

Considerad a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:1-3). “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). La carrera espiritual no es una carrera de velocidad, es una de resistencia, que si la sabe correr te llenará de Su unción cada día.

La unción de Dios es la que fortalece y nos capacita a saber luchar contra los obstáculos y lanzas del enemigo. Es necesario llenarnos cada día de la unción de Dios porque sin ésta no podemos hacerle frente a la batalla.

“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.

Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de Él, como debo hablar” (Efesios 6:10-20).

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” Hebreos 4: 16

Bendiciones

Escrito: El 15 de Noviembre del 2012


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