La oración es el arma más poderosa del creyente para defenderse de los dardos del enemigo. La oración eficaz del justo puede mucho. Cada día hay una batalla que tenemos que derrumbar, pues el enemigo siempre anda buscando la forma por dónde meterse. Dios nos da el camino para destruir al enemigo por medio de la oración de fe.

Para ganar la batalla es necesario estar alerta a tiempo y fuera de tiempo y no darle lugar al diablo. No podemos dormirnos pues el enemigo nunca duerme. Debemos velar y no dormirnos, esto significa que debemos pararnos firmes en oración constantemente, pues la oración nos cubre y nos protege de todos los dardos malignos del adversario.

El apóstol Pedro nos advierte a velar y a la misma vez nos anima en la fe y en la fortaleza en el Señor: “Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.

Resistidlo firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo.
Pero el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1Pedro 5:9).

Es la oración la que nos acerca más a Dios, esa relación intima con el Señor, nos da identidad, autoridad y dominio propio. Debemos reconocer la autoridad que nos da Dios para obtener la victoria sobre las asechanzas del enemigo. Santiago era un siervo de Dios dedicado a la oración, al igual que el apóstol Pedro, ellos nos brindan palabras a cómo ganar la batalla de la fe. “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Santiago 4:7-8).

Someterme a Dios significa que aunque la batalla sea difícil para mí, para Dios no. Someterme a Dios quiere decir que en mi no hay tal fuerza para hacerle frente al enemigo; pero en Dios sí. Es dejar que Dios haga su perfecta voluntad y no la mía.

Someterme a Dios es andar una vida en la plena obediencia en el Señor Jesucristo. Cuando un corredor dedicado se prepara para un evento atlético, se somete a un entrenamiento riguroso dado por su entrenador. Una dedicación constante lo llevará a resistir con paciencia y perseverancia todos los entrenamientos que lo llevarán al éxito. El entrenamiento constante fue su arma para vencer a su contrincante en la carrera.

Dios es nuestro Entrenador por excelencia, en Su Entrenamiento encontramos todas las respuestas a nuestros problemas. Si nos sometemos y seguimos Su Entrenamiento, ganaremos la batalla. Está de nuestra parte si lo vamos a seguir. La oración es la comida que fortalece el alma. La oración es la que nos mantiene perseverando en Dios, es la que nos hace desarrollar músculos espirituales para empezar y terminar fuertes la carrera en el Señor.

Que privilegiados somos al saber que tenemos la oración como arma para vencer al enemigo y lograr la victoria. Esa batalla no las vamos a ganar así por así, es necesario que nos humillemos por medio del arrepentimiento, presentándole todas las cosas al Señor.

“Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados” (MARCOS 11:22-26).
Dios anhela de ti que lo busque por medio de la oración todo el tiempo para que gane la batalla. “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:18).

Bendiciones

Escrito el 24 de Enero de 2012

Escrito para www.ministeriosdesanidad.org


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