Escrito en Diciembre del 2011
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13).
Todos tenemos metas y algo que emprender en algún tiempo de nuestras vidas, probablemente, unas de tus metas en este nuevo año que se aproxima es estar más cerca del Señor y seguir sus estatutos.
Quizás encontrar el trabajo ideal, ver terminar tus estudios universitarios exitosamente, ser sanado (a), ser liberado (a) de algún vicio, o escribir un libro. Todos estos sueños y metas solamente se pueden lograr si depositamos nuestras confianzas en Jesús. ¿Qué vamos hacer para que estas metas y sueños se realicen?
Cuando estaba en campo y pista, corría los cien metros planos, esto es velocidad pura. Para lograr competir en competencias internacionales y representar mi país, debía entrenar bien fuerte para poder ser escogida en el equipo nacional de mi país.
Muchas veces las marcas que pedían eran muy fuertes y difícil de romper por lo tanto, no era elegida para representar mi país. Eso no significaba que todo se había acabado en mi profesión atlética, más bien olvidaba lo que quedaba atrás y proseguía mis entrenamientos para las próximas competencias atléticas.
En mi carrera atlética, tuve derrotas pero también tuve grandes éxitos. Mis éxitos fueron las causas de seguir con la mirada fija en la meta, pero la derrota me impulsaba a entrenar más fuerte para obtener mis objetivos.
Un buen corredor nunca se para en la derrota; más bien la derrota es de motivación para seguir perseverando y llegar a la meta con éxitos. Las derrotas y fracasos son cosas viejas cuando te para firme y empieza otra vez.
Para que mis metas se realicen, debo proseguir hacia adelante, nunca hacia atrás. En la vida espiritual del creyente, lo que queda atrás es pasado, es olvidado porque Cristo lo borró en la cruz del calvario, Él pagó el precio por mis pecados.
Para que un corredor obtenga el éxito en su carrera, debe disciplinarse con sus entrenamientos rigurosos para llegar a la meta y obtener su medalla. En ese deseo de llegar a la meta, nadie debe quedarse con los brazos cruzados, hay que trabajar para lograr el éxito.
Eso mismo pasa en la carrera espiritual del cristiano. Te voy a decir algo más, cuando no conocía del Señor y representaba mi país, era corredora de velocidad corta, ahora que conozco al Señor, sigo siendo corredora pero de larga distancia.
Dios cambió mi distancia atlética. La carrera espiritual no es de velocidad sino de larga distancia, no es para el que llegue primero; sino para el que persevere hasta lo último.
Los últimos serán los primeros. Durante este maratón de larga distancias, vamos a tener altas y bajas, vamos a tener que volver a Génesis y empezar otra vez. Durante la carrera espiritual en el Señor, tenemos que seguir aprendiendo, pues no lo sabemos todo.
Hay áreas en nuestras vidas que deben ser pulidas para poder pasar a otro nivel espiritual. Es ahí donde debemos tener concentración en nuestros entrenamientos, olvidando lo que queda atrás y agarrando a lo que Dios nos pone por delante.
Mientras tanto, seguimos con la mirada fija hacia la meta que es Cristo. Un buen corredor cuando se prepara para la carrera, se percata que todo marche bien, está atento a tiempo y fuera de tiempo. Su mente debe ser una mente ganadora enfocado siempre en la meta.
Nadie puede ir a la competencia con un problema en la mente porque perderá la carrera. Para estar concentrados en la carrera, es necesario despojarse de todo peso que empaña la carrera.
Si en tu carrera con el Señor estas corriendo con demasiado peso de odio, de amarguras, de tristezas, de dolor y de depresión, hoy te dice el Señor que le entregues tus cargas a Él y Él te hará descansar para que puedas correr la carrera con libertad.
De modo que las cosas viejas pasaron es aquí todas son hechas nuevas. Cuando Dios nos rescata, cambia nuestros lamentos en baile, de modo que nos transforma para empezar otra vez.
Bendiciones