El profeta Joel hizo una advertencia entre los años 835 y el 800 a.C. a todo el pueblo y a los sacerdotes de la tierra a orar, ayunar y humillarse para buscar el perdón de Dios.
La humildad genuina trae consigo bendiciones de parte del Señor, si ellos respondieren al llamado de arrepentimiento, habrá renovadas bendiciones materiales y espirituales para la nación. Porque al corazón contrito y humillado, Jehová no lo despreciarás jamás (Salmos 51:17).
Estamos hablando de una profecía que todavía queda vigente para estos días. No tenemos que salir a fuera para enterarnos de lo que acontece a nuestro alrededor, cada día suceden cosas que hacen que meditemos profundamente en lo que está pasando con la humanidad.
El poder egoísta, el orgullo, el libertinaje, la falta de respeto a su semejante, el odio y la falta de valores en todas las clases sociales, ya ha llegado al trono de Dios. Dios nos está advirtiendo desde el principio, Su anhelo es el arrepentimiento para librarnos del gran juicio.
Joel nos dice que el Día del Señor será grande y terrible. “Y Jehová dará su orden delante de su ejército, porque muy grande es Su campamento y Fuerte es el que ejecuta su orden; porque grande es el día de Jehová y muy terrible. ¿Quién podrá soportarlo? (Joel 2:11).
El Día del Señor se acerca y el profeta Joel lo compara como langostas devoradora para los seres humanos. El profeta Joel describe de una manera simbólica a las langostas como un ejército humano, y ve todo esto como el juicio divino viniendo contra la nación por sus pecados.
El libro del profeta Joel declara dos situaciones, una es la invasión de las langostas y el derramamiento del poder del Espíritu Santo. El llamamiento a buscar a Dios en obediencia, en ayuno, en santidad, oración y arrepentimiento nos hace humilde.
Este gesto de humillación liberta y hace que Dios se arrepienta. Dios es fiel y Su palabra no miente, Él nos ha prometido que aunque andemos en situaciones peligrosas nos guardará con Su muralla invisible de protección.
Hay una muralla de protección de parte de Dios para los que se arrepienten y andan conforme a Su plan y creen y obedecen Su palabra.
Amantísimo Padre celestial,
En estos momentos me presento ante Ti para adorarte y para bendecirte y decirte que sin Ti no soy nada. Todo lo que soy y todo lo que tengo te lo debo a Ti. Señor gracias por tu amor y por tu misericordia, gracias por tus bendiciones que son nuevas cada mañanas. Señor hoy voy a caminar no con mis fuerzas, sino con tu fuerza, enséñame a cómo orar y a cómo caminar.
Que mis pasos siempre sean dirigidos por Ti. Señor reconozco que soy pecadora pero hoy vengo ante Ti con un corazón contrito y humillado, sabiendo que Tú estará cerca de mí para protegerme.
Señor aunque el mundo ande con temor, no tengo por qué temer porque tu muralla de protección acampa sobre mí. Gracias Padre.
Escrito el 16 de Agosto de 2012
Escrito originalmente para www.ministeriosdesanidad.org