Por Bv. Flores
Cuando entró Él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea. Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y vinieron a Él en el templo ciegos y cojos, y los sanó. Mateo 21:10-14
Se acerca la primavera y podemos ver diferentes cambios en la naturaleza, de pronto vemos las ramas de los arboles echando sus hojas, el sonido de los pajaritos cantando, las gramas cambiando de color marrón a verde, y los días más soleados.
En las casas, empezamos a guardar los abrigos de inviernos y a limpiar la casa. Dentro de esa limpieza, echamos fuera lo que no sirve y regalamos algunos objetos que no usamos por muchos años. El asunto es ver nuestras casas limpias para recibir el verano y el resto del año. ¡Qué bien me siento cuanto limpio mi armario de ropas, qué hermoso es andar en una casa ordenada y limpia! La reflexión de hoy es que a Dios le agrada que andemos ordenadamente, que nuestro templo este limpio. Como creyentes, somos el templo del Espíritu Santo.
Como hijos de Dios, es necesario poner en orden nuestro templo y vivir de acuerdo a como a Dios le agrada. ¿Tu templo necesita ser limpiado? ¿Estás manteniendo el orden en tu templo? ¿Estás manteniendo tu templo limpio? ¿Qué pensamientos y que palabras salen de tu templo? Así como se renuevan las hojas de los árboles en la primavera, el Señor anhela renovar a Su pueblo y que este lleve frutos.
El Señor quiere habitar en ti, Él solo espera que tú abra la puerta de tu corazón y de tu casa. Si así procede, “será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará” (Salmos 1:3).
Él desea que nuestros pasos sean siempre dirigidos por Él. Cuando le entregamos nuestra vida al Señor, Él por su misericordia pasa a ser nuestro Dios, el que habita en nuestros corazones y en nuestros hogares.
No sé si has visitado alguna vez a un hijo o hija de Dios, y al entrar en su casa siente una paz inmensa, siente la presencia de Dios en ese lugar. El Espíritu de Dios habita entre los hijos de Dios. Cuando invita al Espíritu Santo a tu casa y en tu corazón, Él por Su misericordia llena ese lugar; Él no habita en un corazón sucio. Si ese corazón sucio se arrepiente de sus pecados y se humilla ante Dios, Dios lo restaura y lo limpia.
Es tiempo de limpiarnos y vaciarnos de todo lo que impide llegar a la presencia de Dios y llenarnos de Su palabra. Su Palabra es la que nos limpia, nos liberta, nos sana y nos salva. El Señor Jesucristo nos dice hoy:
Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Isaías 1:18
Padre Celestial, gracias por restaurarme y limpiarme de todos mis pecados, gracias por renovarme cada día. En ti tengo mi esperanza, ya no vivo yo, mas Tú vive en mí. Te invito a que habite en mi corazón y en mi casa. Señor enséñame a habitar en tu presencia cada día. Que tu Palabra siempre este en mi corazón y en mi casa. Mi casa será llamada: casa de oración en el Nombre de Jesús. Amén.
“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmo 91:1).
Escrito: El 4 de Marzo del año 2013